Sólo hay una manera para conseguir que alguien haga algo, ¿te has detenido alguna vez a pensarlo? Sí, una sola manera: que quiera hacerlo. Así lo relata Dale Carnegie en su libro “Cómo ganar amigos e influir en las personas” tras dedicarle décadas al estudio de las relaciones humanas.
Por supuesto, puedes hacer que una persona te entregue su reloj poniéndole un arma en el pecho o puedes hacer que tu amigo haga algo amenazándole, pero estos métodos tan toscos tienen consecuencias muy poco deseables.
La única manera en la que puedes conseguir que alguien haga lo que quieras es dándole lo que desea.
Sigmund Freud dijo que todo lo que hacemos tiene dos causas originarias: el impulso sexual y el ansia de grandeza. Y en esta segunda es en la que pondremos nuestro foco.
Lo que determina el carácter en las personas es la manera en que satisfacen su deseo de sentirse importantes. Por ejemplo, John Rockefeller satisfacía su deseo de importancia dando dinero para que se levantara un hospital moderno en Pekín a fin de atender a millones de personas que jamás vería. Dillinger, en cambio, se sentía importante siendo un bandido, atracando bancos y matando. Cuando los agentes federales lo perseguían penetró en una granja de Minnesota y exclamó: “¡Soy Dillinger!”. Estaba orgulloso de ser el enemigo público número uno. La diferencia significativa entre ellos dos era la forma en que satisfacían sus deseos de sentirse importantes. Más aún, hay autoridades que declaran que ciertas personas pueden llegar a volverse locos de verdad a fin de encontrar, en el sueño de su demencia, la importancia que les fue negada en la realidad. Sólo en Estados Unidos hay más pacientes aquejados de enfermedades mentales que de todas las dolencias juntas.
Si algunas personas tienen tanta sed de importancia que llegan a volverse locos de verdad, imagina los milagros que podemos lograr ofreciendo a los demás un reconocimiento sincero de su existencia. Necesitamos aprecio tanto como necesitamos alimento, y aún así, hay personas que no han sido alimentadas con lo primero en la vida.
Una de las primeras personas del ámbito de los negocios en Estados Unidos a quien se le pagó un salario anual de más de un millón fue Charles Swab. Andrew Carnegie le había elegido para que fuera el primer presidente de la recién inaugurada United States Steel Company, a los 38 años de edad. ¿Por qué pagaba Andrew más de tres mil dólares al día a Charles? Charles confesó que trabajaban con él muchos hombres que sabían considerablemente más que él acerca de la fabricación del acero. Entonces, ¿por qué? Pues bien, él aseguró que se debía sobre todo a su capacidad para tratar con la gente. En sus palabras:
“Considero que el mayor bien que poseo es mi capacidad para despertar entusiasmo entre las personas, y que la forma de desarrollar que hay en una persona es por medio del aprecio y del apoyo. Nada hay que mate tanto las ambiciones de una persona como las críticas de sus superiores. Jamás critico a nadie. Creo que se debe dar a una persona un incentivo para que trabaje. Por eso siempre estoy deseoso de ensalzar, y soy reacio a encontrar defectos. Si algo me gusta soy caluroso en mi aprobación y generoso en mis elogios”.
Lo que intentamos promover no es adulación. Esta es falsa y, como el dinero falso, nos pone eventualmente en aprietos si queremos que circule. La diferencia entre la adulación y el aprecio es que la primera es altruista y la otra egoísta; una despierta admiración universal y otra es universalmente condenada. Estamos hablando de una nueva forma de vivir.
Por todo esto, la próxima vez que disfrutes en un restaurante de una buena cena, felicita al cocinero; cuando alguien visiblemente cansado te hable con energía y esbozando una sonrisa, agradéceselo. El aprecio es una moneda de curso legal que todo el mundo agradece. Deja un pequeño rastro de estas monedas diariamente. Herir a la gente no sólo no la cambia, sino que es algo totalmente innecesario y se puede volver en tu contra.
“Pasaré una sola vez por este camino; de modo que cualquier bien que pueda hacer o cualquier cortesía que pueda tener para con cualquier ser humano, que sea ahora. No la dejaré para mañana, ni la olvidaré, porque nunca más volveré a pasar por aquí.” – Dale Carnegie
Si cambiamos nuestra manera de actuar acorde a esta máxima, la gente acogerá con cariño nuestras palabras y las atesorará toda su vida, incluso años después de haberlas olvidado nosotros.
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